4 de julio de 2008

Resumen porteño

Sabido es que la vida posee un notable carácter lúdico. Todo es un juego, aunque único; todos participan de él. Algunos tienen destinos funestos, otros más afortunados. Inclusive hay algunos que permanecen en un costado, para ver como otros se matan por ser el campeón. Primeros o últimos, ventajeros o piadosos, todos llegaremos al mismo lado, pongamos por caso el cielo, y nos bifurcaremos hacia donde el destino lo disponga. Puede que estemos en el infierno, la nada o en la indiferencia de los infinitos.
Esto comprendió Ludovico Marvis, hermano de María, mientras caminaba por las cercanías del Río de La Plata. Cabe aclarar, antes de seguir con el relato, que este hombre es un poeta barrial de calle larga, mentor de éxitos superficiales y refutador de fracasos fastuosos, como también un fiel admirador de sus enemigos (amigos traidores). Poseía, como principal virtud, una paralizante sinceridad mitómana. Todo lo que decía, eran falacias ruines, que emanaban una profunda confianza. De la boca para afuera, pronunciaba (además de mentiras, claro está), reflexiones viles e indignas , pero vestidas de gala, de modo que todos no hacían más que admirarlo.
Lo cierto es que, luego de reparar en las aguas turbias del río, encontró una botella flotando. Caviló por un instante la posibilidad de dejar que la corrienta la devorara con su fuerza. No obstante, su corazón le indicó que la tomara, y así lo hizo.
Allí había un naipe, pero lo pasó por alto. Asimismo, en ese recipiente descansaba un papel añejo con un mensaje contundente: "Cuando Dios reparte la baraja, cualquier cuatro de copas puede convertirse en rey, y cualquier señor respetable puede pasar a ser un ilustre limpiador de botas". Miró el naipe, pero no tenía palo, tampoco número. Era completamente blanco.
Levantó la vista y miró nuevamente el río. Por supuesto, el agua tenía el mismo tinte, no había cambiado en nada. La realidad es cruda, el mundo jamás se detiene, y no repara en la vida de cada uno; su única tarea es girar y rotar, pensó. Sin estar abrumado, se dirigió a un banco de por allí. Descubrió, por primera vez en su vida, un desfile incesante de aspirantes a campeones, y una muchedumbre al costado del camino.
Esta realidad de carácter ecuménico, cambió la vida de este hombre. Será por ello que sólo se limitó a permanecer a un lado, mientras en aquella carta blanca se dibujaba una imagen, el Rey de Oro. Había comprendido la razón de sus días y aquel pensamiento: "la vida posee un notable carácter lúdico, primeros o últimos, ventajeros o piadosos, se llegará donde el destino quiera.". Y ese mismo porvenir, quiso esa tarde que Ludovico, poeta soez, se convirtiera en aquella imagen que denunciaba el naipe.

29 de junio de 2008

Las mentiras de María Marvis

Tanto en el amor como en la guerra, pareciera estar todo permitido. Este precepto, fue llevado a cabo en su totalidad por María Marvis. Cabe aclarar, antes de continuar, que esta mujer lejos está de ser una guerrera que defienda los intereses de un país (de un presidente, mejor dicho), o de una kamikaze cuya vida vale poco menos que nada. En realidad, es una persona cuyos escrúpulos en el plano sentimental, son inexistentes. La siguiente historia, puede verificar esta teoría.
Una tarde, su marido intentó finalizar por completo la relación. Esgrimió, palabras más, palabras menos, que la cosa no daba para más, un argumento propio de los que están ahorcados por la rutina y la invasión. La separación total de Eugenio Morales, traía consigo la renuncia inmediata a un sueldo diplomático y al honor que implicaba ser la mujer de un embajador, entre otras cosas. Lo cierto es que, antes que terminara de expresar los motivos de la separación, María le dijo:
- Eugenio, estoy embarazada.
Por supuesto, era todo una falacia, cuyo único fin era no perder el carácter elitista que había obtenido su vida; los que mucho tienen, poco quieren perder. Tamaña mentira, sirvió para amedrentar al diplomático, quien abandonó sus excusas y se detuvo a reparar en esa situación. Esa misma noche, María tuvo su primer síntoma.
La vida continuó, el gentío vio desfilar dos estaciones y las flores que podó el invierno tomaron coraje en primavera. A pesar del extenso y laborioso proyecto que implica la mantención de un engaño, la mujer de Eugenio permaneció tranquila, actitud que cualquier persona decente no hubiera podido tener. Pero los crímenes perfectos son imposibles para la mente humana. Aquello que comenzó como un último recurso, tomó un rumbo inevitable: la mentira comenzaba a tener cuerpo, de modo que era creíble para todos, sin excepción de nadie, y muy difícil de manipular. No había otra verdad, algo crecía desde las entrañas más profundas de esta mujer.
Al octavo mes de embarazo, Eugenio tuvo que abandonar su Chile natal para ir a París. Allí lo esperaba una tarea que no fue notificada a su mujer (obligatoriamente, claro está) de manera que no tengo información de la misma. Lo que sí se sabe, es que le demoraría, aproximadamente, dos meses, y que obviamente, se perdería el parto de su primer hijo, al cual habían decidido llamar Luis. En esta parte, llegó el momento más duro desde aquella declaración embustera, puesto que el destino irremediable le quitaría el antifaz a María, y todos comprenderían que era una persona de actitudes peligrosas. Lo único bueno, era que su marido estaba lejos, y que había tiempo para pensar una justificación.
En el momento en que se especuló que iba a nacer un nuevo Morales, Eugenio le envió una carta a María para saber como se había desarrollado el parto, y a quién se parecía aquel nuevo ser. Ella jamás la respondió, pero eso no era lo terrible. Ahora el problema no era cómo mantener la mentira, sino superar la depresión que ocasiona perder un hijo.

23 de junio de 2008

Las soledades de María Marvis

Mientras tejía al pie de la ventana, desempolvaba recuerdos de los arrabales de su mente. Del otro lado del vidrio, el amanecer traía consigo una ciudad que devoraba, con inucitada ferocidad, las ansias de los despiertos y las esperanzas de los dormidos. Más allá, un tren partía y su depedida originaba la tristeza de los que se quedaron, seres que al cabo de un tiempo someterían sus almas a la más absoluta desesperación.
Todos eran testigos de ello, y por eso nadie se detenía. En ese instante, María compartió su soledad con el horizonte: el camino a la felicidad es muy enojoso e imposible. Todo lo que no alegre o anime, no sirve; aquello que no sirve, ocupa lugares que no deseamos hasta cubrirlo todo, y la vida pasó sin conocer la felicidad. Es mejor el camino hacia la no tristeza, donde cualquier destello, por más ínfimo e irrelevante, es un destello al fin.
Esto le confesó al vacío, mientras el tren se perdía en la inmensidad de la mañana y aquello que tejía estaba casi terminado.

18 de junio de 2008

Sobre los últimos y nuevos días (2da. Parte)

Debido al carácter vertiginoso de los días actuales, la vida se ha convertido en un desfile incesante de rutinas e innovaciones de poca monta. Como el destino puede ser ingrato de un momento a otro, es preferible continuar por un carril minucioso y tranquilo, sin demasiadas alteraciones.
Quizá sea por eso que mañana es sólo un adverbio de tiempo y no una estación donde reposarán las viejas utopías que dieron sentido a la vida. Tal vez, mañana sólo es aquel día que puede superar (con mucha fortuna) el desastre del ayer, y nada más. Por eso, en el mundo los sueños descansan en las grietas de la felicidad y el presente absoluto carcome la esperanza.

12 de junio de 2008

Villa Maipú (Los vagabundos que reciben besos)

El barrio de Villa Maipú tiene una neblina espesa e impenetrable. Debajo de ese manto blanco, hay una vida completamente diferente a lo que podemos considerar como convencional.
Mientras la tarde comienza a arrimar su abanico, en el momento en que la mañana empieza a ceder, los pasacalles declaran odios eternos y los semáforos guiñan con sus tres ojos el destino de la muchedumbre. Todos los días se puede ver, con una mirada cargada de maldad y sinismo, hombres y mujeres que se arrojan con desesperación en la frialdad de las esquinas, cuando su porvenir es errante y esquivo. No obstante, están aquellos que la cruzan con esmero, puesto que no podrían tener otra actitud frente a una seña afortunada.
Pese a la queja de los dueños, se pueden ver en los portales, vagabundos que arrojan monedas a los transeúntes, recibiendo de ellos besos. Aquí no se descubre nada nuevo, siempre es preferible para el pobre un corazón a un billete, contrariamente a lo que el común de la gente cree.
De vez en cuando, es probable toparse con algún buzón rojo, que recibe cartas cuyas declaraciones de amor jamás llegarán a ser leídas. El amanecer los hace cambiar de lugar. Aún no se sabe si es un acto de bondad o de repulsión hacia el amor. Lo cierto es que nunca alguien ha podido recoger esos escritos, y los bancos de plaza esperan, ya impacientes, fogosos noviazgos. De todos modos, un hombre vestido de gris, apostado en lo más alto de un edificio, se encarga de vigilar sigilosamente el camino que llevan a cabo esos buzones. Una noche, observó con detenimiento, el recorrido de uno, con el fin de atraparlo luego de saber hacia donde se dirigía. Lo consiguió con mucha fortuna.
En ese momento, la gente salió de sus casas y cubrió el barrio. Por primera vez, las cartas que declaraban amores fastuosos podían llegar a las manos de los pretendientes. Con dificultad, aquel hombre de gris logró abrir el buzón rojo. Descubrieron, con desagrado y furia, que estaba vacío. Todas aquellas declaraciones, fruto de noches de insomnio, fueron estériles.
Desde aquel día, en Maipú se cree que el amor es una ilusión divina. Otros, quizá los más sensatos, llegaron a una conclusión muy lógica: para que la pasión no disminuya, las cartas no deben llegar jamás. En todo caso, es preferible esta situación.

3 de junio de 2008

Cómo descubrí que mi mujer me es infiel

Así como también lo es el espionaje y la prostitución, la infidelidad es tan antigua como la vejez. Y seguramente es una cuestión de la cual casi nadie quiere hablar. Seguramente sucede esto, porque supone que si un hombre es infiel, suele considerarse un mujeriego, hasta un personaje pintoresco que respeta su naturaleza de bígamo. No obstante, si a un hombre lo engañan, se duda de su hombría.
Y como nadie se atreve a contar su experiencia, comento lo que me sucedió a mí.
Una tarde, luego de entrar silenciosamente a mi casa, encontré algunas señales que me dieron indicios de una supuesta infidelidad. Al ingresar al dormitorio, empiezo a escuchar tosidos, presuntamente de hombre, que eran despedidos del ropero. Luego, con cierto asombro, descubro unas zapatillas naranjas que permanecían desatadas a la vera del colchón, las cuales jamás había comprado.
Para estar más seguro de ello, abro el ropero para verificar mi teoría. Ni bien abro la puerta, un hombre forzudo, mientras fumaba un cigarrillo, me dijo:
- Esas zapatillas no son suyas, señor.
- Muy amable, le contesté. Ya me parecía. Y, disculpe la intromisión, que hace usted en paños menores en el placard de mi dormitorio.
- Vengo a colocar el cable, me dijo.
Como en el hogar no disponemos de televisores, comprobé que algo raro estaba pasando. Inmediatamente me dirigí al cuarto de baño, donde mi mujer, luego que le preguntara si le faltaba mucho, me contestó:
- Ya salgo Rodolfo. En un minuto estoy por allí.
Como me llamo Arturo, sospeché que estaba delante de una infidelidad. Cuando mi mujer abandonó el recinto, le dije preocupado:
- Dígame Haydé, usted me está siendo infiel. Cuénteme toda la verdad- le exigí.
Ella se quebró y comenzó a hablar:
- Le soy infiel Rodolfo. Perdón. Lo engaño, Arturo. Se acuerda aquella vez que le dije que iba a comprar al supermercado de la esquina, y tarde dos horas y media, estaba con Rodolfo. Cuando le dije que estuve pidiendo rebajes en la fiambrería de Manolo durante tres horas, estaba con Rodolfo. Y cuando le comenté que estuve en el mecánico ayudando a Aníbal a cambiarme las pastillas de freno...
- Estaba con Rodolfo- la interrumpí.
- No, estaba con el hijo de Aníbal- respondió.
En ese preciso momento, salió del armario, ya vestido totalmente, el hombre que, me acababa de enterar era Rodolfo. Con un notorio enfado, dijo:
- Cómo es esto, me estabas engañando con toda esa gente.
- No te enojes, Rómulo. Sólo fueron los mencionados.
- Discúlpeme, interrumpí. Usted no debería estar terminando de colocar el cable.
- Por qué no se va inmediatamente- me dijo Haydé.
Sin más comentarios, abandoné la charla con una duda que me carcome el alma. Creo que mi mujer me es infiel.

26 de mayo de 2008

La esquina, una noche cómplice y un destino ingrato

En una esquina infame y oscura, como todas las esquinas de los barrios oscuros y solitarios, donde no queda otra opción que ocultarse o huir, un señor barbudo y canoso me detuvo. Me tomó del hombro, me acarició la cara y sonrió. Sus expresiones rozaban la adustez y reflejaban una cruel dejadez. Me miró a los ojos fijamente, y dijo sin saludarme.
- En una noche estrellada, con una temeraria niebla que cubría los rostros de la muchedumbre, un hombre quedó encerrado en un cementerio. Los datos del mismo no puedo aseverarlos, no por misterio, sino por desconocimiento. De todos modos, falta no hace. Todo el mundo sabe que ese lugar es donde se eterniza la muerte o la vida.
Continuó el relato más pausado y menos exaltado. Su tono poético seguía intacto.
- Cuando esta persona se dio cuenta de esta situación, procedió a realizar lo que todos los desesperados hacen: dar vueltas. Fue para un lado y otro, con resultados estériles; todas las puertas estaban cerradas, no había nadie que pudiera ayudarlo. De repente, dio con una mujer, que permanecía de pie mirando el cielo. Se le acercó y le comentó su situación.
- Usted pretende que lo acompañe hasta la salida– dijo la mujer.
- Si no es molestia, por supuesto– respondió el hombre.
- Acompáñeme, entonces.

Aún no había podido descifrar el propósito de este hombre, misterioso y poeta, para que me detenga al doblar la esquina y para que, sin prólogo alguno, me comente todos estos hechos de poca importancia para mí. Lo cierto es que siguió.
- Como todos los que conocen el camino, la mujer iba delante de este hombre con firmeza y rapidez. En un determinado momento, ella se detuvo y le indicó con el dedo índice la salida. El hombre se sorprendió, puesto que ésta era un enorme muro.
Le preguntó cómo salir de allí, puesto que no era una puerta.
- Así- dijo la mujer mientras atravesaba la pared.
El hombre quedó perplejo, puesto que jamás había visto una cosa así. Algunos agregan a esta historia que, luego de pasar el muro, la mujer volvió al mismo lugar donde había dejado a este hombre que se había perdido, y lo ayudó a pasar el frontispicio.

En ese momento, le pregunté quién era aquel hombre que vivió esa situación.
- Yo- dijo riendo. Acompáñeme, por favor.
Los dos caminaron hasta perderse en el destino de la noche que, soberbia e impenetrable, permanecía turbia y cómplice de estas andanzas.